Dale voz a quien no la tiene, presta oído a quien no escucha, ama a quien no le importes y recuerda a quien está en tu olvido.
Hugo Semoloni.

Cyrano

Las palabras contienen poder y magia.

¡Nuestro principal objetivo es el comunicar creatívamente! 



A ello nos evocamos, utilizando diversos medios de comunicación en diferentes géneros y estilos.Escribimos libros, cuentos, poemas, artículos, ensayos, conferencias.
Los seminarios y los congresos...son esencia de nuestro quehacer creativo.

A continuación un ejemplo:

Fragmento de "Yantar, Un Camino Hacia La Luz"
Género: Novela
Autor: Hugo Semoloni


Tema: El Aquí y el Ahora


.......Después de caminar por dos días, llegué a un lugar cuya at­mósfera invitaba al silencio, un conjunto de casas con tejas ro­jas y paredes blancas, floreados balcones y limpias calles vacías. Dejé que el sol me guiara y con pasos sin amarras lle­gué a la primera casa de ese pueblo sin nombre en el que sólo se escuchaba el viento; toqué esa puerta de labrada madera pe­ro nadie respondió; en eso, tomé conciencia de un hecho al que no había prestado atención anteriormente: no había visto a ninguna persona desde mi arribo, lo cual era extraño, ya que no había deterioro en el lugar, hecho que ocurre frecuentemen­te en poblaciones que son abandonadas por sus habitantes, convirtiéndose en pueblos fantasmas. Éste tenía esa atmósfera, pero diferente imagen. No encontré a ningún ser humano en las primeras siete casas; en la octava a la que llegué la puerta se encontraba abierta de par en par, así que entré diciendo en voz alta para ser escuchado: "¿Hay alguien?, perdón que haya entrado asÍ... pero quería ver si había alguien". Nadie me contes­tó sólo vi que sobre la mesa del comedor que se encontraba frente a mí estaban dos desayunos servidos. Era como si los hubieran dejada ahí par salir de prisa a atender alguna emer­gencia. Salí de esa casa y me dirigí al centro del pueblo. Un kiosco de ladrillo y bancas blancas me aguardaban y, sentado plácidamente en una, estaba un anciano de barbas blancas y profunda mirada. Me acerqué a él diciéndole: "Buenas días, oi­ga... perdone que le pregunte, ¿pero dónde están todos?" "¿To­dos?, ¿quiénes?" "Pues los habitantes de aquí; he tocado en varias casas, recorrido algunas calles y al único al que encontré es a usted, ¿qué no vive nadie más aquí?" "Sí, viven muchos más". "¿Y adónde fueron?" "A ningún lado". "¿Entonces?" "Todos están aquí", afirmó prendiendo una vieja pipa que tenía en la mano, "tú no eres de por estos lares, ¿verdad?" "No, tan sólo voy de paso". "Pues vas bien, te veo, estás en tu momento". "¿Cómo?" "Hace ya algún tiempo que se hizo realidad una salu­dable profecía que había caído sobre mi pueblo". "¿Cuál?" "Que cada persona que se encuentre en el pueblo no será visible a menos que esté en su presente". "¿Qué?", pregunté extrañado. "Que toda persona que no está en el momento que vive es invi­sible para las demás". "¿Por qué?" "Es una enseñanza; mira, si tú piensas en algo que te pasó a en algo que te puede pasar, de inmediato dejas de estar aquí, ya que tu mente está en otro la­do; es como si no estuvieras. En mi pueblo esto pasa literal­mente; a la gente no la puedes ver a menos que de veras esté aquí con todo su ser.


En eso, de la nada surgió un hombre de mediana edad que quitándose el sombrero dijo... "Buenas días, don Domingo, ¿co­mo está?" "Bien", contestó el anciano. "¿Y tú, Pascual cómo vas?" "Bien, si no fuera por lo de ayer...", en ese momento el hombre desapareció frente a mis ojos; al instante volvió a apa­recer diciendo.: "Pero aquí estoy, don, dándole a la chamba; 'ora voy al..." Nuevamente el hombre se desvaneció y no volvió a aparecer. "¿Te das cuenta?", dijo. sonriendo don Domingo. "Sí, es increíble".


"No, increíble sería que lo siguieras viendo a pesar de que en realidad no está; la gente es muy viajera, no gusta de quedarse en un sitio, o añora a anhela, pero no toca su ahora y, sabes una cosa, es lo único que tenemos". "Domingo", dijo una señora acercándose a la banca, "¿te puedo dejar este pa­quete?, lo va a recoger mi hija, sabes, yo ya no puedo esperarla más; canija muchacha, siempre llega tarde; cuando piensa en lo que podría llegar a ser si..." Ésas fueran sus últimas pala­bras, la señora desapareció tan intempestivamente como se ha­bía hecho presente. "Como truco de magia", dije haciendo el in­tento de sentarme en la banca cuando una voz me lo impidió: "¡Cuidado!, ya casi se sienta encima de mí, joven", exclamó una señora que sentada en la banca volteó a ver a don Domingo pa­ra decirle: "¿Amigo tuyo?" "Sí, ves que sí", afirmó el anciano, "mira, te presento a mi mujer, él es..." "Checho; mucho gusto, señora, y perdóneme, no la vi". "Está bien, no es tu culpa, es la de Artemio, que me trae frita y no puedo dejar de pensar en lo que hizo..." Con la "o" la señora se volvió nada y Domingo carca­jeó con todas sus fuerzas. "Es que está atada a un pensamiento y no lo suelta", murmuró, "la mente puede ser tu mejor amiga o un cruel tirano; en fin cada quien es dueño de su destino; mi­ra, Nicanor ya va a prender los fuegos; hoy es la fiesta, de la pa­trona del pueblo". Volteé a ver hacia la dirección que me había señalado don Domingo y observé a un grupo de personas frente a un gran conjunto de fuegos artificiales; conforme éstos explo­taban y plasmaban sus colores en el cielo, iban surgiendo de la nada los habitantes, que con gritos, risas y canciones convirtie­ron la plaza en una alegre romería plena de humanos matices, "Están casi todos", comentó don Domingo. "Sí, qué bueno", afirmó su esposa, "Vamos, vieja, te invito un elote... antes de que te me vayas".

Y así, con esa imagen, dejé ese pueblo donde aprendí que tan sólo en el aquí y el ahora el hombre es visible para los otros y para sí mismo.